Afectividad adolescente: Padres que no lloran

Llorar sin disimulo
Llorar sin disimulo

¡Ay, las crisis de nuestros/as hijos e hijas adolescentes! ¡Cuánto sufren y cuánto sufrimos cuando les vemos tocados del ala!

A veces son un amasijo de dudas e inseguridades  habitando un cuerpo que crece, crece y crece y no para de crecer y cambiar. Una mente en continua ebullición, en la que se hacen preguntas sobre su valía, atractivo, personalidad y demás asuntos.

Que bueno que yo ya haya pasado por ahí y sepa así entender lo que ahora a ellos/as les está pasando. De paso, ayuda a relativizar nuestra preocupación y también les puede aportar la esperanza de que ellos y ellas también pondrán superar esos momentos de dolor y angustia

Amigos y amigas que desde primaria han sido uña y carne, se acaban separando porque en la llamada “época de las hormonas” los gustos, necesidades personales, inquietudes y expectativas comienzan a personalizarse y ya no encuentran soporte en el ideario del grupo  infantil. Es habitual el cambio de cuadrilla, en busca de algo distinto a lo que encuentran entre las amistades de la infancia.

Algunos y algunas,  comienzan sus primeros escarceos afectivos-festivo-sexuales. Otros y otras, no acaban de arrancar… por miedo, vergüenza o inseguridad. Se hacen alianzas diferentes, con amigos y amigas diferentes y así se van aconteciendo, paulatinos, pequeños e innumerables duelos por otras tantas perdidas.

La adolescencia es sensible por definición, aunque al respecto los chicos son más propensos a ocultar esta necesaria faceta bajo el disimulo del “síndrome del gallito”, el deporte competitivo o el afianzamiento en posturas históricamente masculinas, como la dureza, la distancia o la ridiculización de todo lo que supone emocionarse.

Somos ya mayores  y de padre a madres y padres os aconsejo (y no soy de aconsejar) que animéis a vuestros muchachos a mostrar su parte más dulce y vulnerable. Permitidles que lloren…¡¡¡ a mares!!!. Lo necesitan mucho y les vendrá de cine. Atreveos también vosotros padres, a llorar, que no sois menos hombres por ello y ya vale de tantos siglos de estreñimiento emocional.

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