Crecen un 30% los menores vascos condenados por agredir a sus padres. Se trata de un titular impactante que pone de manifiesto una situación que se viene dando desde hace algunos años, no sólo en el País Vasco, obviamente, y para el que se están tratando de poner medios, aunque, de momento, visto lo visto, parece que no están siendo suficientes.
Puestos a analizar este titular, lo primero que surge es pensar en las causas. Y, en este sentido, acudo a la situación de falta de autoridad que rige hoy en día entre nuestros chavales y chavalas, la laxitud imperante en el seno de las familias cara a marcar normas y límites, derivada, quizá, de que nos encontramos o nos hemos encontrado ante una generación de madres y padres surgidos tras una época de excesiva rigidez educativa o autoritaria y que, por antagonismo a la misma, ha flexibilizado la imposición de los mencionados límites, la banalización de la violencia o la perniciosa influencia de algunos elementos (como la televisión, por ejemplo), el escaso tiempo que pasan los progenitores con nuestros hijos e hijas, la creencia, durante mucho tiempo, de que el castigo podría conllevar el surgimiento de algún trauma en nuestros vástagos, la sobredimensión de los derechos de los menores versus la infravaloración de sus deberes, etcétera… Desde luego, son causas sobre las que se han escrito ríos de tinta y sobre las que hay mucha literatura al respecto a la que poder acceder, por lo que no vamos a ahondar más en este sentido.
Sí me gustaría seguir escribiendo sobre cómo llegan a reaccionar muchos padres y madres cuando se encuentran en una situación en la que llegan a ser agredidos por sus propios hijos. Insisto en que las causas de llegar a tal extremo pueden ser muy variadas, aunque todas, en mi modesta opinión y en la mayoría de los casos, tienen como denominador común una errática práctica educativa por parte de los progenitores. En todo caso, llegados a tal punto, tratar de ponerse en la piel de esas madres y padres nos lleva a pensar que debe ser durísimo.
Que el chaval o chavala que has criado se rebele ante ti de una forma tan agresiva tiene que generar una impotencia increíble. Que se dé un desequilibrio en las figuras paterno-filiales va contra natura, lógicamente; además, sé que se encuentran con la frustración de no poder hacer mucho más llegados a esa situación, es decir, no se atreven o no pueden enfrentarse al agresor o agresora. De esta forma, acaban llamando a la policía para denunciar (cuando la situación ya se torna insostenible) y esto, a su vez, provoca una mayor frustración ya que, en definitiva, delegas lo poco que podía quedar de tu autoridad en un agente cohercitivo.
Pero, no hay mucho más y, como en otras situaciones de violencia, al final ésa es la única salida, de ahí que los datos hayan crecido. Incluso, se podría extraer una conclusión positiva a este respecto: las madres y padres agredidos por sus hijos e hijas empiezan a perder ese miedo, esa vergüenza a reconocer dicha situación y comienzan a denunciar.
Luego, a partir de ahí, empiezan a proliferar centros especializados en violencia filio-parental que, a través de una labor educativa y terapeútica, tratan de reconducir la situación familiar, obteniéndose, en muchos casos, excelentes resultados. Si queréis información sobre estos recursos o estás viviendo un conflicto de estas características o conoces a alguien que lo viva, puedes ponerte en contacto con nuestro teléfono 116.111, Zeuk Esan, en el que también atendemos este tipo de casos.