Actitud

¿Qué significa para mí la palabra actitud? Últimamente la oigo a menudo, cuando me consultan sobre algún problema personal, familiar o relacional.

Cuando la nombro lo hago para aludir lo importante que supone tener una buena disposición interna al enfrentamos a una dificultad, un cambio o una toma de decisión. Es cierto, no obstante, que cuesta trasmitir esta cuestión, ya que no deja de ser una experiencia interna.

Generalmente, cuando tenemos problemas  de tipo psicológico o convivencial, deseamos hallar salidas eficaces, a ser posible rápidas y que no nos supongan un coste. Y la cosa no funciona así. Hay que mojarse el culo, ya que los inconvenientes humanos raras veces llegan a solucionarse con pautas, trucos o fórmulas.

Esta misma mañana escuchaba por teléfono el relato de una madre cuya hija de 16 años “hace lo que le da la gana”, “miente”, “no estudia”, “se va de casa y no aparece en días…””nos grita e intimida” y un largo rosario de gestos de dominación filial. Tras contarme muy afectada éstos y otros ejemplos, la señora me acaba preguntando: ¿Qué puedo hacer?

Ante tal requerimiento cabe preguntarse  qué y cómo se ha procedido hasta entonces. También podemos preguntarnos, si hay algo que hacer ante semejante despliegue de tiranía. Mi actitud interna ante ello ha sido la de “siempre se puede…” y aunque he de reconocer que es fácil debatirse entre las dudas, mi elección y mi querencia han ido en la dirección del “claro que hay salida, … siempre la hay”, y así se lo he hecho saber.

Otro día podremos desarrollar los planteamientos que he acabado compartiendo con ella, pero lo que realmente persigue el post de hoy, es anunciar la importancia de algo irrenunciable: la disposición al cambio. Para solucionar un problema, lo primero es querer afrontarlo y ésto se puede hacer sin saber cómo solucionarlo. Esa es la actitud.

Cuanto te descubras en un “¿cómo lo voy a hacer…?”, recuerda que el tono en el que decides hacerte la pregunta, puede cerrarte o abrirte a la posibilidad de encontrar una solución. Prueba y hazla en voz alta. Varía la modulación, experimenta y percibe cómo resuena en ti la misma expresión, dicha de diferente manera; dicha con diferente actitud.

Y cuando acudes a un profesional planteando “¿tiene ésto solución?”, plantéate que estarás dando un paso resolutivo, si eres capaz de de expresar la cuestión en términos más activos, tal como “¿me ayuda a encontrar la solución?”.

¿Porque?. Quizás porque el cambio comienza en uno/a. ¿Tu qué crees?

Las palabras pesan como losas en la autoestima.

Hoy propongo un ejercicio de atención.

Nuestro lenguaje del día a día nos define como personas, indica nuestras actitudes y el cómo afrontamos las circunstancias de la vida. El pensamiento_positivolenguaje que usamos es un espejo de nuestra visión y nuestra identidad.

Me dijo una amiga el otro día: “Estoy intentando no pensar negativamente”. A algunas personas este comentario quizá no les diga nada. Pero a otras les chocará y podrían responder “¡¡¡Pues empieza desde ahora y di que estás intentando pensar positivamente!!!”

O si lo mejoramos: “Voy a pensar en positivo”.

Y este es el ejercicio que propongo: tomar conciencia de la importancia del lenguaje positivo, detectando esos comentarios que hacemos en nuestro entorno, por ejemplo: “Qué, hoy tampoco llegarás a tu hora ¿No?” y positivarlos “Hoy quiero que vengas pronto”.

Quizá, y sólo quizá, si nuestro lenguaje se vuelve más positivo, rico y espectacular, nuestra vida pueda ir tomando algo de todo ello e irse transformando.

¿Nos podemos imaginar a Jesús, a Gandhi o a Luther King respondiendo a un ‘¿Cómo te va?’ con un ‘…tirando…’, ‘no me quejo’ o un ‘como siempre’…?

Comencemos este ejercicio por lo básico, el día a día con nuestra familia. Veremos cómo cambian las actitudes. La suerte, es que no hay una manera de hacer que sea la correcta, sino muchas y lo importante es que comprendamos que el lenguaje afecta a los demás y a nuestra propia vida. Una sola palabra puede tener el efecto de una caricia o dejar una cicatriz.