Hoy propongo un ejercicio de atención.
Nuestro lenguaje del día a día nos define como personas, indica nuestras actitudes y el cómo afrontamos las circunstancias de la vida. El lenguaje que usamos es un espejo de nuestra visión y nuestra identidad.
Me dijo una amiga el otro día: “Estoy intentando no pensar negativamente”. A algunas personas este comentario quizá no les diga nada. Pero a otras les chocará y podrían responder “¡¡¡Pues empieza desde ahora y di que estás intentando pensar positivamente!!!”
O si lo mejoramos: “Voy a pensar en positivo”.
Y este es el ejercicio que propongo: tomar conciencia de la importancia del lenguaje positivo, detectando esos comentarios que hacemos en nuestro entorno, por ejemplo: “Qué, hoy tampoco llegarás a tu hora ¿No?” y positivarlos “Hoy quiero que vengas pronto”.
Quizá, y sólo quizá, si nuestro lenguaje se vuelve más positivo, rico y espectacular, nuestra vida pueda ir tomando algo de todo ello e irse transformando.
¿Nos podemos imaginar a Jesús, a Gandhi o a Luther King respondiendo a un ‘¿Cómo te va?’ con un ‘…tirando…’, ‘no me quejo’ o un ‘como siempre’…?
Comencemos este ejercicio por lo básico, el día a día con nuestra familia. Veremos cómo cambian las actitudes. La suerte, es que no hay una manera de hacer que sea la correcta, sino muchas y lo importante es que comprendamos que el lenguaje afecta a los demás y a nuestra propia vida. Una sola palabra puede tener el efecto de una caricia o dejar una cicatriz.