Recibimos muchas llamadas en el 116.111 de chavales y chavalas adolescentes quejándose de que discuten mucho con sus padres y madres; diciendo que no les dejan hacer nada, que son unos pelmas… En la mayor parte de esos casos, solemos dar siempre la misma respuesta: es lo normal. Y es que lo es. Es normal que con 13 o 14 años se discuta con los padres, que haya broncas, que no se tengan las mismas opiniones, etcétera. Es ley de vida, es un comportamiento propio del desarrollo humano que, en general, a casi todas y todos nos ha pasado.
De hecho, una prueba de esta normalidad suele darse con el hecho de que son escasísimas las llamadas de adultos, de madres y padres, que llaman quejándose porque discuten mucho con sus hijos e hijas. Alguna ha habido pero, desgraciadamente, han sido en las que la situación se ha vuelto extrema y los chavales se han convertido en auténticos tiranos sobre sus padres. Pero hoy no vamos a hablar de esas casuísticas, si no que vamos a seguir en términos de normalidad. Para ello, volvamos a los chavales.
Así, después de devolverles que, en nuestra opinión, el hecho de que discutan con sus padres y madres es normal, lo segundo que les solemos decir es que, de alguna u otra manera, traten de hablar con ellos. Cuando se les orienta a ello, muchos chicos y chicas casi hasta se ríen; no visualizan esa posibilidad; no acaban viéndose sentados junto a sus padres hablando, tratando de solucionar los motivos de sus discusiones, intentando llegar a acuerdos…
Estas reacciones nos llevan a pensar lo importante que es practicar la comunicación familiar desde la infancia. Estamos seguros de que si existe un hábito de hablar las cosas, si hay establecido en la familia un tiempo al día para tratar las cosas que la afectan, incluyendo a todos los miembros de la misma, incluídos los hijos e hijas, desde que son pequeños y pequeñas, una vez lleguen a la adolescencia y discutan con los padres (que lo harán), muchos de estos chicos y chicas no se sentirán extrañados cuando un profesional le diga, al otro lado del teléfono, que traten de hablar con sus padres.
Y, evidentemente, esta práctica puede ser muy útil, tanto para chavales como para padres, no sólo en lo que respecta a las discusiones propias de la adolescencia; si existe la costumbre de hablar entre progenitores y descendencia, será muy fácil que se pueda encarar con muchas garantías de éxito conversaciones relacionadas con la sexualidad, las drogas, las emociones y otros muchos temas, pero de éso, ya, hablaremos otro día.