– «Es que mi madre piensa que todavía soy un crío y que no pienso en esas cosas». Esto nos decía, hace poco, un chico por teléfono. Con esas cosas se refería a sus primeras inquietudes de carácter sexual. Unas primeras dudas que había empezado callándose pero que ya no aguantó más y que tuvo que acabar compartiendo con sus padres. Y todo porque, hasta hacía poco tiempo, sus padres habían sido esos referentes que le recogían y que le resolvían todas esas dudas que le acuciaban cuando era más pequeño. Ahora no. Bienvenido a la adolescencia, amigo.
Con 14 años, este tipo de situaciones son difíciles tanto para los chavales y chavalas como para los propios progenitores. Efectivamente, muchas madres y padres siguen viendo a sus vástagos como esos niños y niñas que, hasta hace cuatro días, iban con ellos los domingos por la tarde. Pero, no queridas madres, no, queridos padres… Bienvenidas/os a la adolescencia.
El verdadero problema deviene cuando además de que, efectivamente, puede costar entender los nuevos planteamientos, sentimientos y comportamientos de los y las adolescentes, no somos comprensibles con ellos y ellas. Y más cuando, como es el caso, este chico no puede hacer nada por evitarlo. Me explico: este chaval había tanteado a sus padres, había sondeado qué opinaban ellos en cuanto a la posibilidad (certeza para él) de que le gustasen los chicos. Desgraciadamente, en este caso, obtuvo como respuesta una reacción desmedida del tipo «quítate esas cosas de la cabeza«, «no digas tonterías«, «tú eres normal«, «no nos decepciones» o la ya citada «si tú todavía eres un niño«.
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