Cuando hablamos de violencia…

Hoy por la mañana hemos recibido una llamada atípica en el servicio. Nos han llamado de Euskadi Irradia-1, para hacernos una entrevista de escasos quince minutos en torno a la temática de la violencia filio-parental, a rebufo de una investigación que recientemente ha publicado la Universidad de Deusto en torno a este tema.

Si bien el servicio Zeuk Esan es una plataforma generalista que atiende casos del ámbito vital del/de la adolescente, hemos aceptado la invitación gustosamente, ya que siempre es interesante que los/as profesionales involucrados en temáticas de familia y educación, estemos presente en el debate publico, a fin de ofrecer al/ a la oyente y/o al/a la lector/a un marco de reflexión compartido.

Dicho esto, cabe preguntarse de qué hablamos cuando hablamos de violencia. Es lícito pensar que desde una perspectiva amplia la violencia es un acto de comunicación. Inadecuado, bien; pero en definitiva, una forma de dar a entender un “algo” sin el concurso de la palabra. Cabe entenderla, siguiendo con la idea, que se trata del fracaso del uso de la palabra y del diálogo como vía de entendimiento.

Ante ello, la pregunta que a cualquiera se le antoja hacer sería:

¿Comunicar? ¿Comunicar que…?

Bien, no es fácil. Si partimos de que el uso de la violencia  es una conducta. Si aceptamos que la conducta humana se moldea desde la primera infancia, a lo largo del desarrollo del niño/a, y si a ello le sumamos que la relación con la madre y el padre es lo más importante para ese desarrollo, podremos atrevernos a deducir que la violencia se aprende.

¿Porqué en una misma familia hay hijos/as violentos y otros/a que no lo son?
Esta pregunta pudiera dar al traste con la idea de que la violencia se aprende. Ante esto me atrevo a decir que una familia está en continuo cambio, dependiendo del momento que vive. Una misma familia, así como un mismo ser humano, está expuesta a reveses como el paro, enfermedades, muertes, divorcios, que pueden dañar su salud y dejarle sin saber cómo tirar para adelante. En tales casos, la impotencia, la rabia, la frustración pueden cambiar en ánimo de un padre o una madre, así como su forma de actuar.

¿Un joven violento nace o se hace?
Hay científicos que investigan este tipo de cosas. En la parte que nos toca podemos afirmar que la mente humana está en continuo cambio. Es como una esponja que absorbe y si lo que se le ofrece es bueno, en dosis suficientes, con afecto y cuidado, conseguiremos una mente sana y, por consiguiente, un niño/a sano/a.

¿Pero se supone que un a madre o una padre siempre querrá lo mejor para su hijo o hija?
No podemos ocultar que hay casos de violencia infantil que se notifican. Cabe decir, que una madre o un padre en normales condiciones de salud psicológica ofrecerán a sus hijos/as lo mejor de si, pero desgraciadamente en algunos  casos esto no ocurre

¿Se puede decir que un padre o una madre que en su niñez ha sufrido maltrato, se convertirá en maltratador de mayor?
Rotundamente no. Hay niños que tras haber sido mal tratados por sus padres, han conseguido alejarse del mundo de la violencia de mayores. También es cierto que la violencia filio-parental, se da más en familias en las que se da violencia.

¿En que tipo de familias se da una mayor incidencia de este tipo de violencia?
Según investigaciones, en aquellas en donde hay una mayor exposición por parte de los niños/as a la violencia domestica. En tales casos, el uso de la bofetada, del empujón o del golpe indiscriminado, puede acabar siendo copiado como forma de comportamiento, ya que en su mente hay una legitimación de la misma, al haber sido utilizada por parte de las personas más influyentes e importantes para el niño/a: el padre y la madre.

También se da, por el contrario, en aquellas otras familias en los que los padres y/o madres desatienden a sus hijos/as. En tales casos, el menor es víctima de una indebida protección y cuidados de sus necesidades vitales; sean estas emocionales, físicas, formativas, de seguridad, etc. Así transita “sin orden ni concierto”, haciendo su vida al margen de la mirada, presencia y supervisión de sus padres. Ello, evidentemente genera en su mente la idea de que es prescindible e invisible, lo cual se lleva a sentirse frustrado, triste y/o rabioso.

Por último, también se da en aquellas prácticas educativas en donde al niño/a se le consiente de todo y en las que los límites educativos están ausentes, produciéndose en consecuencia lo que se ha venido a llamar como el “síndrome del emperador”.

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