Esta semana la resolución de la ONU, reconociendo que el Estado Español cometió una gravísima negligencia con Andrea, una niña de 7 años que hace 11 fue asesinada por su padre durante una de las visitas establecidas tras la separación de su madre, ha removido nuestras conciencias.
La madre de Andrea, Ángela, era maltratada por este hombre a quién tuvo la valentía de denunciar confiando en una justicia que no la ha protegido. Ángela era consciente de que su maltratador no cedería en su empeño de que retomara la relación con ella, que nunca aceptaría que fuera una mujer libre que no acepta ser maltratada, sabía que él utilizaría todos los medios a su alcance para conseguir sus objetivos, incluido utilizar a la hija que tenían en común como moneda de cambio para llegar a ella. Ángela no se dejó amedrentar, denunció en numerosísimas ocasiones la presión a la que estaba siendo sometida, hasta 50, pidió ayuda a gritos, intentó por todos los medios que las visitas se llevaran a cabo de manera supervisada en un punto de encuentro, informó sobre las amenazas e incluso intentos de rapto de la menor por su padre pero no fue escuchada hasta que sucedió la irreparable tragedia.
A pesar del dolor, su lucha no se ha detenido y ha pretendido que las instancias judiciales asuman su responsabilidad sobre lo sucedido. Sin embargo ha tenido que ser un organismo internacional quién termine por reconocer que efectivamente el triste final de Andrea hubiera sido evitable de haberse tenido en cuenta las denuncias presentadas por su madre.
Sólo nos queda que esta tragedia se convierta en una alarma roja para conseguir que se preste verdadera atención a la victimización de las y los hijas e hijos de las víctimas de violencia de género, del mismo modo que el asesinato de Ana Horantes, tras su aparición en un programa de televisión clamando que se sentía desprotegida y con mucho miedo, sirvió para concienciar a la sociedad de la gravedad del problema de la violencia de género y reclamar medidas más efectivas para proteger a las víctimas de esta lacra.
Es tarde para Andrea pero no para muchas y muchos otros niños/as, víctimas colaterales de un problema que no se detiene (recordemos que del 29 de Julio al 2 de Agosto se han cometido en estado nada menos que 4 asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas). El caso de Andrea no es aislado. Recordemos el mediático caso de Ruth y Jose, asesinados por su padre que no aceptó que su madre quisiera separase de él. El empeño del maltratador por hacer daño a la mujer que se escapa de su control puede tener consecuencias extremas.
Sabemos que los maltratadores utilizan todos los medios a su alcance para seguir coaccionando a la mujer desde el chantaje emocional, las promesas de cambio, de amor eterno, la manipulación, la amenaza, a formas de violencia física entre las que se incluye el asesinato. En este «todo vale» para conseguir su objetivo de seguir dominando a la mujer por supuesto no se excluye el causarle dolor donde, generalmente, más le duele: los/as hijos/as. Es importante comprender que estos hombres no actuaron con el fin principal de hacer daño a sus hijos/as. Su obsesión tiene más que ver con hacer daño a sus madres, a cualquier precio, dañando lo que más quieren.
Sin embargo existe todavía en la sociedad y en las instituciones la creencia de que un padre, por el hecho de serlo, a pesar de ser maltratador, tiene derecho a relacionarse con sus hijas e hijos excepto que se produzca un maltrato o abuso directo o muy evidente. Se cree en general que es menos traumático tener un progenitor violento a no tener relación con él. Esta creencia es falsa, debemos entender que existen muchas maneras de maltratar a los/las menores. Maltratar a su madre, en su presencia o no, es una forma directa de maltrato a la infancia, ya que este hecho tiene un impacto emocional enorme, bien por presenciar los hechos o por percibir que su madre vive con miedo. Manipular a un/a menor para que desee que su madre retome la relación con su padre desde el chantaje emocional es frecuente y es violencia
¿Hasta qué punto podemos considerar que una persona que es capaz de hacer daño a quien se ocupa directamente del bienestar del menor quiere lo mejor para él o para ella? ¿Cómo podemos garantizar que una persona que es capaz de aterrorizar, de ejercer violencia sobre la persona con la que comparte su vida es un buen padre? Es necesario que comprendamos que en un contexto familiar en que se produce violencia de género, los hijos/as son víctimas del mismo modo que la madre y volquemos nuestros esfuerzos en su protección porque no queremos repetir la historia de Andrea.
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Autoras: Equipo del Servicio de Atención Telefónica 24 Horas a Mujeres Víctimas de Violencia de Género (900 840 111)
Dirección de Servicios Sociales del Departamento de Empleo y Políticas Sociales del Gobierno Vasco, sección de VIOLENCIA DE GÉNERO
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