Hoy en el autobús he escuchado una conversación entre dos jóvenes. Hablaban de las Navidades y del consumismo. Querían regalos, pero que fueran sostenibles. Les gustaban las fiestas navideñas, porque desde pequeños las habían vivido como algo especial, pero les fastidiaba la superficialidad y el gasto porque sí y obligatorio en el que se veían inmersos.
Andaban dando vueltas a varias ideas que solucionaran esa parte. Arreglando el mundo, como se suele decir.
He de reconocer que pegué la oreja todo lo que pude. Pura deformación profesional. Escuchar. Porque aquí a diario escuchamos problemas, opiniones, reflexiones…
Escuchamos en los medios, a diario, las problemáticas que surgen alrededor de la juventud, la falta de valores, la baja implicación, etc. Y en cuanto salgo a la calle, me encuentro con una realidad que no sale en prensa: la juventud preocupada por la banalidad de esta sociedad, que les pone el cartel de juventud=problemas. Y no es así.
A mí me ha alegrado el día. Ver que nuestra juventud va más allá del tópico con el que a veces la encorsetamos. Además, me han propuesto una reflexión. Es esta juventud la que impulsará ese cambio de paradigma que tanta falta hace. Un cambio social a nivel global. La pena sería que para cuando lo consiguieran se encontraran con que el mundo que les habríamos dejado estuviera sucio, roto y con la despensa vacía.
Pero no quiero ponerme tan negativa. Al final, estos jóvenes hablaban de Regalar Experiencias, concepto quizá novedoso que da más importancia al momento vivido con alguien. Al contrario de lo que pregona el bombardeo publicitario que exige cada vez más y más posesiones, objetos.
Experiencias en familia, experiencias con amigos y amigas. Porque las experiencias, buenas o malas, nos van construyendo por dentro. Decían que en ciertos momentos de la vida, se necesita echar mano del almacén, poder recordar esas partidas, esas conversaciones, momentos especiales vividos junto a quienes quieres. Añadían que eso tenía más valor que nada, que cuando fueran viejitos querían explicar a su descendencia cómo fueron sus momentos especiales y tener la memoria llena para poder recordar, cuando ya no te acuerdas de lo más reciente, las buenas experiencias regaladas.
Reconozco que me estoy volviendo un poco moñas, pero bajé del autobús emocionada y también convencida de que hay más esperanza de la que nos dejan ver.
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