Hoy estoy encantada. Ver cómo nuestros hijos e hijas crecen, siempre da mucha satisfacción. Pero cuando ves desde fuera la progresión de alguien que se lo ha currado duramente… Es muy emocionante.
Este año se ha casado uno de los niños “de acogida” que venían en verano a casa de unos amigos.
Fueron muchos años volviendo a la misma familia. Los lazos se estrecharon y cuando el niño se hizo mayor y ya no podía venir, gracias a las modernas tecnologías, el contacto siguió, y este verano, cuando el “niño” se casó, invitó a su familia de aquí.
La experiencia fue muy entrañable y cuando mis amigos me la contaban, me explicaron un poco la historia de éste y otros chavales y chavalas.
El cómo vienen aquí a pasar los veranos, lo dura que es la vuelta a su realidad (eso sí que es estrés posvacacional). Los regalos que pueden llevar de vuelta y los que mejor que no lleven….
También me hablaron del sufrimiento de verles mal, que con la distancia no sabes si están peor de lo que parece o mejor. Saber si volverán, si querrán o si les dejarán…
Verles desde los cinco años hasta los 22….Y la inevitable comparación con nuestra realidad: “pues allá está estudiando un grado medio porque no tiene dinero para más y trabaja para vivir y pagarse los estudios”.
Yo miro en mi entorno y veo de todo, pero me parece que la diferencia es enorme, que lo de igualdad de oportunidades es una quimera y que allá con 22 años ya han salido de la adolescencia y son independientes y responsables de sus vidas. Algunos de 22 que aquí conozco, no llevan ese camino.
¿Diferencias culturales?. ¿Diferencia de oportunidades?. ¿Padres y madres que son tan buenos cuidadores que no generan la necesidad de crecer?.
Sea lo que sea, cada cual que haga su reflexión, pero estas son las historias que podrían salir en televisión, las de los luchadores que desde la carencia y con mucha dificultad han conseguido crecer y lograr una vida en la que tienen un lugar.