Esta mañana conducía mi coche, en dirección al trabajo, cuando por la radio escuchaba la noticia de cómo una niña de 12 años se hallaba en avanzado estado de gestación. La menor fue violada a la edad de 11 años por el novio de su madre, según se sospecha y está en estos momentos albergando en sus entrañas una criatura de seis meses.
Parece ser que durante todo este tiempo nadie ha reparado en esta chiquita, ni en su cada día más abultada barriga. Con su padre cumpliendo condena en la carcel, esta niña ha sido invisible a la mirada de su madre, que era con quien vivía. No mirada y no existente. A su vez, ha sido impunemente desgarrada y usada por un individuo, haciendo uso de la fuerza, enferma lascivia e inhumanidad propias de un ser difícilmente catalogable como persona.
Las autoridades, al conocer los hechos, han suspendido la Patria Potestad a la madre y asumido la Tutela como primera medida protectora. Teniendo en cuenta la gravedad de lo sucedido, es legítimo pensar que tal medida sea irreversible y el futuro de esta niña pase por la vía del acogimiento familiar permanente o preadoptivo. La de la niña y la de su futuro bebe claro, porque según parece la legislación vigente no permitirá la práctica del aborto al haber trascurrido seis meses desde la fecha de la concepción.
No parece que la vida de esta niña haya sido fácil. No parece que lo vaya a ser. Sin embargo, quiero pensar que las autoridades competentes, aún están a tiempo de procurarle un futuro familiar alternativo que le permita elaborar el daño sufrido, que el sostenga emocionalmente y enseñe a comprender que ella es un ser digno de amor, de respeto y que tiene derecho a ser feliz. Ojala, dentro de un tiempo, este suceso atroz sea una sombra asumible para esta niña precozmente arrebatada de su inocencia.