Es una frase de un adolescente a sus padres en uno de esos momentos que tienen más comunicativos, cuando no sabes por qué, abren el grifo y nos hablan de sus emociones, de cómo están, cómo se sienten. Yo creo que lo hacen por eso, porque están bien y siempre es más placentero comunicar lo positivo y, además, afectivamente no arriesgan tanto transmitiéndonos su bienestar.
Pero hay veces que les vemos sufrir y no podemos llegar a ellos.
Nos pasa a muchos, que cuando estamos mal, nos cerramos, nos callamos y llegado el momento, hablamos de lo que tenemos dentro sólo con los muy buenos amigos, los que te entienden, te apoyan y no juzgan lo que te pasa, que están para escuchar y si se les solicita consejo, te dicen lo que ellos harían si a ellos les ocurriera, no “tú lo que tienes que hacer es…”. Elegimos con quién abrir nuestro corazón, porque ahí sí se arriesga mucho.
Por otro lado, les ocurre a nuestros adolescentes (y a un montón de adultos) que tienen que aprender a gestionar sus emociones de manera adecuada, que les permita el desahogo, abrir el grifo y reducir el malestar, sin tragar hasta explotar.
Para ayudar a nuestros hijos e hijas a que se “abran” y expresen sus emociones, estaría bien que estuviéramos atentos al momento en el que ellos están dispuestos, y aprovecharlo. Dejémosles hablar cuando arrancan, sin juzgar lo que nos dicen, sin sermones.
Dicen las investigaciones que para una buena comunicación filio-parental, los adultos tenemos que estar escuchando el 75 % del tiempo. ¿Alguna vez nos hemos fijado en cuánto tiempo de la conversación acaparamos nosotros?. Es un dato importante para saber si son nuestros hijos e hijas los que no comparten o nosotros los que estamos cerrando el puente a la comunicación.