Hoy ha vuelto uno de mis hijos de un largo viaje de una semana en París. Han visto museos y sitios, han disfrutado, se han divertido, (no han practicado francés, ¡huy!) y efectivamente han crecido. Tras ducha y cena y con los ojos medio cerrados por el cansancio, desde el umbral de la verdad, con las defensas bajas, resume la experiencia: “Qué duro es convivir con alguien que se salta las normas del grupo. Habíamos quedado siete personas en dejar las chancletas a secar en la ventana, pero una persona ha decidido que ese consenso no iba con ella y ha estado siempre todo por el medio…su ropa por las otras literas, las chanclas molestaban fueras a donde fueras…desenchufaba los teléfonos que estaban cargando para conectar el suyo…, qué mal convivir con alguien que falta de esa manera a los derechos de los demás…”.
Estoy encantada, este año me iré de vacaciones con un adolescente redimido, reflexionado, que otras cosas hará, pero este año, no dejará sus chanclas en medio del salón.
Esto prueba mi teoría de que nosotros hemos de sembrar, hacerles sensibles a ciertas situaciones, pero hasta que ellos mismos no las padezcan, no las experimenten (que es lo que les falta a nuestros adultos en ciernes, experiencia), no las aprenderán, no las harán suyas.
¡¡¡Ánimo, que estamos a tiempo!!!
Y por cierto, decía un filósofo que en vacaciones no hay problemas”. Que disfrutéis de las vuestras.