Siempre he considerado la labor docente como una disciplina realmente interesante. En su día estuve tentado de coger ese camino, pero me decanté por el de la psicología y he de decir que nunca me arrepentí de la decisión tomada. Sin embargo, el poder estudiar para llegar a ejercer como maestro o profesor, con población infantil o adolescente, me sigue pareciendo un lujo asiático. Poder llegar a ser una influencia significativa en el recorrido vital de un niño o una niña, es tan estimulante como comprometido, porque hemos de saber que dejamos huella en la mente de ese ser en desarrollo y hay que hacer lo posible para que esa influencia sea para bien.
Siempre he pensado en la escuela como en un lugar de formación y no sólo de información. Un lugar de crecimiento que no suplante la función de la familia, pero que si pueda llegar a ser una continuación de esta, en cierto modo.
Debido a mi labor de psicólogo, me ha tocado reflexionar un rato sobre los modos educativos y el papel del enseñante como vehículo de trasmisión de conocimiento. A día de hoy, tengo algunas ideas al respecto, pero sobre todo tengo claro por donde no habría que ir. En este sentido, quisiera aprovechar la ocasión para exponer mi opinión sobre una práctica educativa que no se lo extendida que puede estar en la comunidad educativa, pero de cuya existencia he tenido conocimiento, en más de una ocasión.
Ayer mismamente una profesional y usuaria adulta de nuestro 116111, llamo para pedir orientación al respecto de un niño “trasto” de 4 años con el que “no sabemos cómo hacer para que deje de pegar y molestar a sus compañeros/as de clase”. Mis preguntas sobre el niño, el contexto y demás curiosidades, me fueron llevando a hacerme una composición de lugar aproximada. En un momento, la llamante comento:
“…le solemos mandar al txoko de pensar, cuando hace una trastada de las suyas y…”
El citado txoko de pensar, es un método pedagógico que busca controlar el “mal comportamiento” de los niños/as, indicándoles retirarse a un rincón o similar ¡a pensar!. A pensar, lógicamente en algún comportamiento “malo”, inadecuado o molesto que hayan cometido. La criatura se retira al txoko y de espaldas a la clase, se le manda pensar.
Estoy totalmente convencido que el propósito original de este método sería el de estimular el razonamiento y el consiguiente control empático de las emociones, en los niño y niñas que mostraran conductas impulsivas. Pero resulta obvio concluir que para estimular en un infante el “aprecio por el pensar”, el/la docente debe de acompañar razonando y empatizando. Dando ejemplo, en definitiva.
Una criatura debe de ser acompañado en el pensar, dialogando, dándole la palabra, formulándole preguntas que generen respuestas, etc. Ello le ayudará a aprender a dialogar consigo mismo, a llenar sus monólogos de contenido, pero si lo retiras “al rincón” lo dejas ante su propio monólogo y su propio vacío. Un vacío que fácilmente se llena de culpabilidad, de autopercepción negativa y de impulsividad, generando extrañamente una cronificación de la conducta que se pretende domesticar.
No obliguemos a pensar a los críos (y menos a solas), porque no saben qué es pensar y, además, la obligación no es el mejor método pedagógico para estimular aprendizajes. Dialoguemos con ellos/as, si queremos que aprendan a razonar. El infante aprende en la relación y no de espaldas al mundo.