A veces nos ponemos en lo peor. Así lo demostró hace una poco una madre que nos llamó al 116.111. Esta mujer se mostraba muy preocupada por la situación de su hija de 18 años: la calificaba de retraída, inmadura para su edad, con escasas capacidades, no la veía preparada para, en el futuro, lograr trabajar, etc…
Ante esta percepción, la señora sospechaba que su hija debía tener alguna dolencia mental . Debido a ello, acudió con la chavala a psiquiatras y médicos varios para que le diesen el diagnóstico que necesitaba escuchar. El caso es que ninguno de los profesionales consultados ratificó este hecho. Frustrada ante estas respuestas nos llamó, insistiendo en su versión.
Tras escucharla atentamente, le pedimos a ver si sería posible poder hablar en algún momento con la adolescente. A las pocas horas ésta nos llamó. Al otro lado del auricular, nos encontramos con una chavala que si parecía tener escasas habilidades de relación. Poco a poco, la chavala se vio en la tesitura de ir contando y empezó a reflejar que se había creído la historia de su ama.
Se percibía como alguien incapaz de hablar con nadie por propia iniciativa. Y es que, dijo, su ama siempre le acompañaba a todos los sitios. Y es que siempre había escuchado a su ama minusvalorarla. Y es que cuando la joven pretendía abrir la boca para expresarse por sí misma, una voz, a su lado, aparecía para tapar lo que tuviese que decir. Además, la chica admitió tener que haber escuchado, muchas veces, cómo su ama le calificaba de inmadura, cómo su madre se enfadaba con ella por no tener amigas, etc…
Al final, acabamos pensando que muy posiblemente ella no tuviese ningún problema mental pero sí uno familiar y le dijimos, si no le importaba, que se pusiese su ama. Accedió ya que, en definitiva, a eso está acostumbrada; sin embargo, parece que la madre no estaba acostumbrada a que se le dijese que quizá ella fuera la raíz de buena parte de los comportamientos de su hija.
Muy posiblemente, madre nunca aceptó que su hija fuese más tímida que otros chavales y chavalas o que no se desenvolviese socialmente tan bien como otras personas y, al no asumir eso, fue volcando en su hija una frustración propia que, lejos de hacer que ésta mejorase, provocó que aún se encerrase más en sí misma. Acabamos aconsejando a esa señora que se olvidase de médicos y que si quería ayudar a su hija y también ayudarse a sí misma, buscase una opción psicológica con la que pudiesen elaborar toda su biografía familiar o su historial de relaciones.
Sirva este ejemplo para hacernos reflexionar a las madres y padres acerca de la influencia que ejercemos sobre nuestros hijos e hijas y cómo la imagen que nosotros/as tenemos de ellas/os y les devolvemos puede tener un poder importante, tanto para bien como para mal.
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