Muchas veces me vienen padres y madres quejándose de lo mal que se portan sus adolescentes, que están todo el día en su limbo y que es imposible atravesar la coraza que los aísla.
En el tema de la comunicación, hace falta ser flexibles. Mirar a quién tenemos delante, sus características evolutivas y el momento que atraviesa. Hay veces que los ves sufrir y que no hacen nada para salir de ese agujero, o eso nos parece claro. Y hay que armarse de paciencia, calma en el espíritu y comenzar a preguntar, pero no estilo inquisidor, que les hace meterse más en la caracola, sino desde nuestra preocupación, desde nuestros sentimientos.
Por ejemplo: “te veo triste últimamente, y aunque contármelo no signifique que se vaya a arreglar todo, me preocupa verte así y me gustaría saber lo que te está pasando”. Y al final te enteras de que ha sido una desilusión entre amigos, y no que todos los narcos del mundo anduvieran tras él para cobrar las deudas, que puestos a dramatizar, me estoy encontrando cada caso…
Imaginación al poder, pero tratándose de nuestros hijos e hijas, ¡pregunta!. Tiende los puentes para que se pueda dar la comunicación, para que cuando estén dispuestos a expresarse, tengan maneras de acercarse a nosotros. No te bases en la sospecha, no te quedes con la duda, pero respeta sus momentos, que al final, lo que les pasa es de lo más natural. Y sí, duele.
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