Tengo la impresión de que al hablar de límites en la relación entre m/padres e hijas/os, quien más quien menos podemos tener puntos de vista distintos.
La palabra limitar tiene mucho que ver con la idea de poner coto o cerco. Es cierto que, sobre todo las/os adolescentes, requieren de ciertas dosis de ajuste en sus conductas o decisiones y para eso (también, pero no sólo) estamos las m/padres.
Digo en el paréntesis que no sólo para eso, porque intuyo que confundimos limitar con el “no” gratuito o con el excesivo uso de la autoridad del tipo “te dejo, no te dejo…que no se te ocurra, que verás…y tal y tal”.
Siempre defenderé que el poner limites tiene que ir precedido de una razón, de un porqué, siempre en un marco de conversación con ella o con él. Sobre todo, soy un convencido de que el objetivo último de esa acción limitadora no debe de ser la mera restricción, sino la protección y la inoculación de un paulatino autocontrol en un ser que esta cambiando de piel y de alma. Hablo del chico y chica adolescentes, claro.
Quien tenga el carné de coche, ya ha pasado por la experiencia de aprender a conducir bajo la atenta mirada y el doble pedal manejado por la profesora o profesor correspondientes. Ante el peligro, hay que frenar, contener el susto y corregir…claro que si, pero hay margen para la maniobra, muchas veces.
No siempre estamos en estado de colisión y por lo tanto, es importante encarar la preventiva labor pedagógica con dedicación, compromiso y confianza; no sólo se trata de frenar.
El “no” repentino es una provocación a la trasgresión. Hay “no”-es que son vividos como bofetadas e imposiciones y que lo único que generan son rechazo y pocas ganas de aprender a responsabilizarse.
Es necesario que enseñemos a razonar a nuestras criaturas, para capacitarles a que tomen sus propias decisiones y vayan fortaleciendo su auto-límite o autocontrol. Así podrán conseguir sacarse el carné de conducirse en la vida.