El post de hoy no es un suceso recogido en una llamada telefónica, aunque podría. Es una situación en la que me vi involucrada hace unos días, en la calle.
Lo traigo a colación, porque hay veces que veo cómo, desde diversos ámbitos se estigmatiza a la infancia y a la juventud. Desde ámbitos profesionales, socio/familiares, quizá con más insistencia desde los medios de comunicación. Algo sacarán de ello, aunque no acierto a entenderlo. A veces creo que puede ser por tener tema de conversación, ya se sabe, mal de muchos…., o porque aún hoy en día, hablar bien y en positivo de los demás, no se lleva.
La idea de que las personas jóvenes son vagas, no se interesan por nada, no tienen valores, etc. no es nueva, llega desde la antigüedad. Por ejemplo, cuando Aristóteles puso palabras a los pensamientos de sus contemporáneos: “Los jóvenes de hoy no tienen control y están siempre de mal humor. Han perdido el respeto a los mayores, no saben lo que es la educación y carecen de toda moral.” Platón abundaba en ello: “¿Qué está ocurriendo con nuestros jóvenes? Faltan al respeto a sus mayores, desobedecen a sus padres. Desdeñan la ley. Se rebelan en las calles inflamados de ideas descabelladas. Su moral está decayendo. ¿Qué va a ser de ellos?”.
¡Lo que llovido desde los tiempos de la Grecia Antigua…! Sín embargo, esa idea desfavorable sobre la juventud, se repite y repite, como si fuese atemporal.
Pues bien, aquí os comparto un suceso que habla de las bondades de los chicos y chicas jovenes. Un suceso, en el que los adultos dieron un pésimo ejemplo y los menores salieron al rescate. ¡Bien!
Sucedió que dos adultos, los 55 años sobradamente cumplidos, a la salida de un bar se enzarzaron discutiendo por los derechos que tenía o no el perro que uno de ellos paseaba. De pronto (vamos a ponerles nombres ficticios) Atila llamó chulo a Aníbal, Aníbal le dijo a Atila “a que te doy dos ostias” y Atila respondió ”pues mira, te las voy a dar yo”. En ese momento, unos chavales (de entre 15 y 18 años) que estaban en un banco de la plaza, cada cual con su móvil, en silencio, a lo suyo, (“en Babia con las maquinitas”), se levantaron de un salto. Sin mediar palabra, dos fueron hacia un adulto y otros dos fueron hacia el otro y con tono de voz normal, tranquilo, con gestos suaves, los separaron (ya Atila había agarrado al Aníbal por el cuello). “Tranquilo, venga, ya. Tranquilo. Se acabó. Ya. Venga” Mientras los adultos intentaban zafarse y engancharse de nuevo. “Tranquilo tío. Ya. Venga, se acabó, tranquilo”.
Con esos gestos y palabras, con esa lección de contención, poco a poco los adultos fueron bajando el nivel de agresividad, entrando en una franja más tranquila y al final, cada cual fue por su lado sin cruzar más insultos ni gestos agresivos.
Los jóvenes volvieron a su banco y como si nada los hubiera interrumpido, volvieron a sus actividades cibernéticas, no sabemos si a contar por whatsapp lo sucedido o a seguir con la interrumpida partida online.
Reconozco que me alegró muchísimo la intervención de los menores y oír los comentarios de las personas adultas de alrededor: “Para que luego digan de la juventud, mira quiénes son peores y quiénes han dado buen ejemplo”.
Acordaos de ésto cuando veáis u oigáis a alguien quejándose de toda la juventud, de todos los menores. Hablemos en positivo. ¿O ya no recordamos nuestra adolescencia y lo que duelen algunos comentarios lanzados «sin importancia»?
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