Porque a veces conviene recordar…

Porque a veces, conviene recordar…

Todavía me asombro al escuchar a ciertos/as padres/madres hablar sobre lo que será su infante de mayor. Ese tono orgulloso y soberbio, seguro del cumplimiento de la expectativa y el sueño que en sus más profundas vísceras sigue candente; esa ansiosa idea de que los hijos son reproducciones de sus padres/madres, y, en realidad, tiende a ser así. Cuánta diferencia, pero, entre encadenarles a unos sueños de adultos “infantiles”, o, dejarles libres para que puedan descubrir cuáles son sus sueños. Esos sueños que toman forma en base a la experiencia; esas ocurrencias que se incrementan cada vez que optan por un juguete y no por otro; esas ensoñaciones casi reales, en el momento que se disfrazan de aquel que pisó la luna, de aquella corredora que, aunque no gane los Juegos Olímpicos, se la ve día tras día entrenando, luchando por conseguir sus metas; de ese pescadero de la tienda de enfrente, y, esa mujer que trabaja contra viento y marea por conseguir subvenciones para el desarrollo de una vacuna.

No entiendo a los/as padres/madres que dicen querer lo mejor para sus hijas/os y vuelven a repetir los cánones ya mencionados. Entiendo  el querer darles unos estudios prestigiosos, (atiborrados, por cierto, de materia “olvidadiza”), de vestirlos los domingos y, todos los días de la semana con ropa valorada en quitar el hipo y cuatro sustos y medio; llevarlas/os a restaurantes donde el aroma de la clase alta cubre la elegancia de los sabores más exquisitos del mercado, y acudir a esas citas donde la humanidad se disfraza de Gucci, Armani y Chanel, creyendo que eso les convertirá en alguien.

Y no pretendo dirigirme sólo a este sector, por supuesto. Están los/as padres/madres que viven en un barrio obrero, incluso en un caserío a las afueras del pueblo; esos ancestros, ¿Qué peso dejan a su progenie, verdad? La quesera que quiere que su hija sea una cantante famosa con tal de que no se quede a vivir en el campo; ese obrero que intenta que su hijo sea bueno en matemáticas, y después ingeniero. Esa dependienta que sería feliz si su hijo fuese abogado, o tal vez médico; ¿Y el artesano? ¿No querría que su hija fuese artista, o dentista, o alguien con prestigio?

Y mi pregunta es, ¿Le habrá preguntado alguien a su pequeña/ño cuál es su sueño? ¿En qué momento han compartido estos/as padres/madres sus experiencias con sus hijas/os? Seguro que este no es el momento. El momento donde, las/os niñas/os se ven desbordadas/os por la carga del colegio, por los deberes interminables, por las expectativas que la sociedad (incluyendo los/as padres/madres) tiene sobre ellas/os; en ese momento donde la responsabilidad de un/a niño/a no es acatar las exigencias del sistema, y aun así contribuimos a ello. ¿Cómo les vamos a preguntar cuáles son sus sueños, si no tienen tiempo para soñar?

Una vez escuché la palabra regresión. También arraigo. Y no viene a colación la acepción que le damos a estas palabras según el diccionario. Vayámonos más lejos. A nuestra infancia, a nuestros sueños, a nuestros planes. A la libertad de revivir esas sensaciones tan gratas que ya quedaron en el olvido; a los ingredientes de la ilusión de poder elegir lo que queríamos ser, construir, desear.

Volvamos a recordar, que un día nosotras/os también fuimos niñas/os, y, que pocos o nadie nos preguntó cuál era nuestro sueño. ¿Queremos lo mejor para las/los pequeñas/os? Pues permitámosnos revivir, sentir, experimentar de nuevo aquello que sigue en cada una/o de nosotras/os y por supuesto, a ellas/os dejémosles, animémosles, ayudémosles a  soñar.

smile

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