La agresividad y la falta de cuidados

agresividad y la falta de cuidadosLa agresividad es algo inherente a la naturaleza del ser humano. Es una emoción, como lo puede ser la alegría o la tristeza. Además, la manifestación de la misma se debe entender en función del momento en que aparece, de las causas que la precipitan, hacia quién va dirigida y el por qué.

Los bebés cuando nacen manifiestan agresividad. Tienen hambre y lloran, se sienten sucios y gritan, se sienten solos y se quejan.

Hasta aquí todo normal, nadie siente que esta expresión de agresividad tenga que ver, con algo problemático. La madre o el padre son capaces de entender en qué momento aparecen estas manifestaciones, qué causas tienen que ver en la situación que se genera, hacia quién se dirige el niño y el por qué. La familia responde adecuadamente hacia la petición, que entiende que le hace el niño, es capaz de tranquilizarlo y de cubrir sus necesidades.

Esto es lo que pasa en la mayoría de las familias, pero algunas se preguntan ¿por qué no se calma este niño?

Bien, descartemos problemas de índole física, que podrían estar interfiriendo en las sensaciones del menor. A veces ocurre que la provisión de cuidados suficientemente buenos, se interrumpe. Problemas en la pareja, laborales, individuales en alguna de las dos figuras parentales, provoca que la situación de estabilidad familiar se vea menoscabada. Así pues la percepción del niño se ve influenciada por estos problemas externos que le afectan en su desarrollo interno, provocando un nivel de tensión mayor que en ocasiones es más difícil de calmar por un medio ambiente, que a su vez está atravesando un mayor momento de inestabilidad.

En la medida en que sigue el crecimiento en el menor, estas situaciones problemáticas del pasado han podido quedar escondidas. Pero será en algún momento, con las tensiones por las que atraviesa el niño (inicio de la escolarización, frustraciones con sus iguales, normas y límites familiares,…) cuando el manejo de esa tensión pueda provocar de cara al exterior, conductas agresivas que tal vez excedan la normalidad.

La idea sería, ¿qué quiere transmitir el niño con esta manifestación?
La agresividad del niño no busca agresión, busca reconstruir la línea de cuidado que en su momento se vio interrumpida. Será el medio facilitador que esté a disposición del menor quien pueda transformar esa agresividad en creatividad, recuperando la conexión emocional que necesita el niño para continuar con su desarrollo de una manera normalizada.
El problema aparece cuando este restablecimiento no se da. La conducta incipientemente problemática, no es contenida por un medio ambiente que facilite esta reconstrucción y de esta forma la conducta problema se va instalando como una característica formal de funcionamiento en el niño.

Aparece en el ámbito familiar y se traslada al ámbito social (escuela, iguales, sociedad) y también en ese sentido, la contestación que el menor recibe es proporcional a la agresividad que el niño coloca en su medio ambiente. La misma que le hizo sufrir una discontinuidad con su línea de desarrollo emocional, asentándose cada vez más la ruptura entre lo que hago y lo que necesito. La bola de nieve se hace cada vez más grande, los estallidos agresivos más graves y las posibilidades de escuchar, más allá del ruido, más difíciles. Lo patológico se instaura como característica de la personalidad del adolescente y las posibilidades de recuperación son más complejas.

Para concluir, resaltar que un ambiente suficientemente estable en la primera infancia, es la mejor medicina que podemos dar a nuestros hijos para que su desarrollo sea suficientemente normalizado.

Por otro lado cuando haya dificultades, éstas, entendámoslas como oportunidades para encontrar soluciones que tiendan a un crecimiento para todos, no como agresiones que tiendan a la destrucción y generen más dificultad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *